La verdadera cara del corazón
“Emilia” es una obra sobre los miedos y las pasiones más profundas de cada uno. Una visión muy humana de nuestra sociedad actual en la que desde el principio cada detalle es importante, porque forma parte de un puzzle que encajará a la perfección guiado por la libre interpretación de los espectadores. Un marco cotidiano, como puede ser una mudanza, mezclado con un inesperado reencuentro que llevará a los personajes y al público por un viaje a través de la melancolía, las mentiras y los secretos más hondos del alma, aquellos que ni siquiera los propios protagonistas están dispuestos a admitir. Sin duda, el hilo conductor de este cóctel imprescindible de emociones es el amor en diversas formas y con múltiples filos, a veces cortantes. Ningún sentimiento es fácil de asimilar y mucho menos este.
El director argentino Claudio Tolcachir nos presenta un montaje que va fluyendo y pasando por diferentes estados que van desde la risa, en ocasiones nerviosa de quien no sabe afrontar la situación, hasta la desesperación y la frustración por no conseguir aquello que se anhela. En el fondo, todos buscamos ser felices, pero esa búsqueda nos puede llevar por caminos insospechados, incómodos y tortuosos. El miedo puede acercarnos al borde del precipicio, al peor engaño que existe, el que está en nuestro interior. Conocemos la verdad, pero no somos capaces de descubrirla para seguir manteniendo ese equilibrio vacío propio de un funambulista sin red. La caída resulta casi inevitable, aunque nos empeñemos en reconstruir las piezas cada vez que se parte en pedazos la realidad.
El retorno a la infancia y a las emociones que dominaban aquella época se dan de bruces con escenarios adultos. Unos adultos que en el fondo siguen siendo niños de la mano de aquellas personas que les dieron todo su amor y que lo seguirán haciendo más allá del tiempo, el espacio y las consecuencias. Una auténtica relación de ternura y amor blanco e incondicional, basada en la urgente y desesperada necesidad de cuidar y dejarse cuidar por quien se quiere. Al fin y al cabo, se anhela amar y ser amados, aunque como se puede apreciar en la función, no a cualquier precio.
Esta obra lleva al extremo las emociones de los personajes. Con ellos, las de los propios espectadores que durante hora y media, y previsiblemente algún tiempo más después de la representación, van a sentir muy latentes esos sentimientos que todos albergamos en nuestro interior. La empatía con los protagonistas está servida, ya que todos sus perfiles están dominados por la humanidad, un patrón que podemos encontrar en cada corazón, aunque a veces esté escondido. Se reflejan a la perfección esos convencionalismos cotidianos que plasmados en las tablas puede resultar que rozan el ridículo, pero que existen cada día a la hora de forzar una corrección y una supuesta buena educación absurda. Estas situaciones llevadas al abismo ocultan unas carencias guardadas en el fondo del alma y que inevitablemente, de alguna forma, van a salir a la superficie.
Cada uno de los protagonistas tiene su propia lucha interna, sus propias pasiones ocultas que precipitan varios picos emocionales sin descanso para los actores. Es digno de valorar el gran desgaste psíquico de éstos en esta montaña rusa de sentimientos muy difícil de sostener interpretativamente, pero que ellos dominan minuciosamente, cuidando cada gesto, cada mínimo detalle, en una sinfonía en la que no se aprecia ni un mínimo atisbo de desafine. Todos estos papeles tienen una dificultad añadida, ya que tienen que ocultar, pero a la vez mostrar; estar presentes, pero a la vez ausentes. El trabajo de Gloria Muñoz, Malena Alterio, Alfonso Lara, Daniel Grao y David Castillo es impecable, consiguen transmitir sensaciones muy reales creando un vínculo muy potente con el espectador que no puede sino engancharse a esta magnífica y vibrante historia.
El decorado está lleno de metáforas abiertas al sentido que los espectadores le quieran dar. La acción principal transcurre en el interior de un espacio delimitado por unas mantas que como el alma humana pueden ser duras, pero a la vez blandas y confortables. Este espacio, un tanto esperpéntico, también cuenta con el propio caos como compañero colgante. Así como una incómoda mesa y algunas sillas.
Al finalizar la obra, los sentimientos que habían permanecido a flor de piel en el espectador estallaron en un aluvión de merecidos aplausos, los actores tuvieron que salir varias veces a saludar ante la satisfacción de los asistentes. Después, se produjo un encuentro del público con el director en el que también quiso participar todo el elenco protagonista. Esta charla ayudó a desvelar interesantes aspectos de la obra y los creadores de esta función pudieron comprobar a través de los elogios, e incluso las lágrimas emocionadas de alguno de los presentes, que su trabajo había calado hondo.
Esta función estará en el cartel de los Teatros del Canal hasta el próximo 9 de febrero. Aquellos que sean amantes de teatro del bueno y estén dispuestos a que se les pongan los pelos de punta de la emoción, no duden en acudir a disfrutar de “Emilia”.
Periodista especializada en comunicación, cultura y gastronomía.