¿Estaríais dispuestos a renunciar a vuestra cara?
Los cuatro martes del mes de agosto el hall principal del emblemático Teatro Lara de Madrid acoge la obra “El feo”, una producción del dramaturgo alemán Marius Von Mayenburg. En cada función, con un tono jocoso, los actores consiguen transmitir a los espectadores su visión particular sobre la belleza y los estragos que ésta nos hace pasar en muchas ocasiones. Por ello, en cada representación cabe preguntarse hasta qué punto el físico determina nuestra vida y si la condiciona realmente. De la misma forma, también refleja otros problemas sociales que giran al son de la temática principal, como la falta de ética en todos los niveles o el exceso de ambición.
Sin más dilaciones, a las diez de la noche los asistentes silenciaron sus dispositivos móviles y se centraron únicamente en disfrutar de la obra, un divertido vodevil que se representó en una zona atípica del Teatro Lara, su hall principal que estaba a rebosar de espectadores.
Bajo la dirección de Paco Montes, Óscar de la Fuente, Rebeca Valls, Mario Tardón y Fran Calvo son los encargados de destaparnos una trama cuanto menos sorprendente. A simple vista, los actores del cartel no son conocidos para la mayoría del público, pero esto no merma su capacidad interpretativa que no tiene nada que envidiar a la de otros reconocidos actores que también han actuado sobre las tablas del Teatro Lara. Dos de los artistas tienen que lidiar con un doble papel, e incluso uno de los cuatro actores triple, ya que en la obra tienen cabida más de media docena de personajes que se alternan de una manera natural, fluida. No cabe duda que los actores se han preparado a conciencia el cambio de registro. Todos los papeles están perfectamente definidos, su rol es claro y desde el comienzo los intérpretes, que en muchas ocasiones se encuentran actuando entre el público, advierten sobre cuál va a ser el de cada uno. Cabe destacar que a pesar de que no hay cambio de vestuario, a excepción de unos cuantos complementos, los actores pasean a sus anchas la personalidad de los personajes y consiguen que el público no tenga ninguna duda a la hora de identificar a cada uno de ellos.
Los actores en todo momento logran que el público sea un personaje más de su original historia. Esto hace que poco a poco se cree un vínculo de complicidad entre ellos que no hace sino incrementar la buena sintonía de la sala. Además, los intérpretes consiguen aliarse con los espectadores para fomentar sus respectivos roles, a través de miradas, gestos y palabras que no dejan indiferente y despiertan alguna que otra sonrisilla nerviosa y divertida.
El atrezzo es reducido, no hay telón, aunque a veces lo parezca. No obstante, ninguno de estos factores es un impedimento a la hora de que el espectador disfrute de la historia que se cuenta. De hecho, en muchas ocasiones la imaginación es más poderosa que la vista y se juega con objetos que también actúan, eso sí, con funciones diferentes a las que les aplicaríamos en la vida cotidiana. La obra se representa en un espacio atípico, no hay butacas, ni escenario propiamente dicho, pero de igual manera se consigue crear una obra muy divertida con numerosos toques cómicos acerca de la importancia que se le da en la sociedad al físico, aunque como iremos descubriendo a medida que avanza la trama, la felicidad no reside en una cara bonita.
A veces, el éxito en el terreno del amor o en el laboral está más unido a nuestro físico de lo que podamos pensar. Todo comienza cuando el protagonista de la historia, un hombre de mediana edad, se aplica lo que ya decían “Los Inhumanos” en su canción hace ya más de dos décadas: “Me duele la cara de ser tan guapo”. De repente, Lette, que así es como se llama este personaje que en un principio no es muy agraciado físicamente, cambia por completo su vida y se deja llevar por un éxito que está condenado al fracaso. A partir de entonces, podríamos modificar el estribillo de la canción porque, al final, en vez de la cara le acaba doliendo el alma de la soledad y los desbarajustes mentales que le han producido perder todo lo que tenía.
En hora y cuarto de actuación nos encontramos con una sátira de nuestra sociedad. Con una obra que nos demuestra que no existe el rostro perfecto, y desde luego, si existe la perfección no se encuentra precisamente en el aspecto físico del ser humano. Pero claro, irremediablemente todos tendemos a designar mediante etiquetas si una persona es guapa o fea. Y, sin darnos cuenta, una vez más nos dejamos llevar por las apariencias. Por eso, esperamos que “El feo” sirva a los espectadores para desenmascarar todo tipo de mitos.
Además de la importancia que se da en la sociedad al físico, se tratan otros temas como la ambición, la falta de ética a todos los niveles o el complejo de Edipo. Este último, aparece en un tono satírico, caricaturizando a los personajes y mostrando personalidades que bien se podrían encontrar en nuestro entorno, si miramos bien. Aunque la situación que se refleja parezca la trama de una película de Almodóvar, esta patología existe en nuestra sociedad.
Sin duda, os recomendamos esta obra que se convierte en una alternativa cultural para las calurosas noches de la capital. Merece la pena observar en primera persona el entusiasmo y el buen hacer de estos cuatro actores que en poco más de una hora nos regalan una moraleja que podremos aplicar siempre que queramos en nuestra propia vida. Os recordamos que sólo estará los martes de las cuatro semanas de agosto en cartel, aunque en vista de su éxito y originalidad no sería de extrañar que se prorrogara más allá de la época estival.
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