El pasado nunca muere
La obra “Siempre me resistí a que terminara el verano”, escrita y dirigida por el argentino Lautaro Perotti, es el resultado de la emoción al servicio de la interpretación. Cinco reconocidos actores sobre las tablas nos muestran a unos personajes que nos devuelven a su pasado, aquel que no han podido abandonar del todo porque siempre vuelve cuando menos se lo esperan. Factoría Madre Constriktor nos presenta esta representación de hora y media de duración aproximada que puede verse en el madrileño Teatro Marquina. Sentimientos que se enfrentan en cada renglón del diálogo para transmitir a los espectadores toda la fuerza de un guión lleno de matices, giros inesperados y una gran dosis de pasiones reprimidas, pero siempre latentes sobre el escenario.
¿Quién no ha sufrido esa sensación de pérdida ante la llegada del final del verano? Esa melancolía que inunda el alma con la aparición del temido, pero aún cálido, septiembre. Parece una estación eterna, en la que los días son largos y las noches cortas. Esto nos traslada de inmediato a los pueblos, esos lugares tan poblados, valga la redundancia, en época estival y tan vacíos durante el resto del año. Unas zonas en las que parece que se para el mundo y la vuelta a la rutina, y la vida real no exista, como una infinita infancia en la que la edad adulta no tiene cabida. Precisamente la trama de la representación tiene lugar en un pueblo y más concretamente en torno al “Caimán”, un burdel situado a las afueras que esconde un gran significado para los personajes porque fue el lugar que les descubrió su sexualidad.
Sin embargo, ese burdel representa mucho más. Se trata de la vuelta a un tiempo pasado que no va a regresar, en el que las preocupaciones no existían y en el que los protagonistas solo pensaban en disfrutar de un largo verano, saborearlo y exprimirlo al máximo. ¿Quién no añora sus tiempos de niñez y adolescencia en los que el mundo emergía a sus pies? Los cinco personajes se intentan aferrar a estos recuerdos, cada uno a su manera, pretendiendo abstraerse de la realidad e incluso vendiendo una vida inexistente. Para ellos el invierno de su vida llegó sin dejar paso al otoño. Un día, sin previo aviso, llamó a la puerta y les pilló con el bañador de la inmadurez todavía mojado.
Un quinteto son los intérpretes que nos presentan esta historia tan inusual como emotiva. Pablo Rivero, Andrés Gertrúdix, Estefanía de los Santos, Unax Ugalde y Santi Marín son los protagonistas de esta tierna y dramática representación. Cabe destacar que Santi Marín comparte personaje con Samuel Viyuela, con experiencia en montajes teatrales y series de televisión como “El príncipe” o “Águila roja”, entre otras. Samuel no es el único con trayectoria televisiva ya que Pablo Rivero llevaba al frente de “Cuéntame cómo pasó” con el papel de Toni Alcántara más de una década. Recientemente, se ha anunciado su abandono de la popular serie de Televisión Española. Quizás la pequeña pantalla es una de las culpables de que muchos asistentes se decanten por esta producción.
Hay interpretaciones que emocionan más que otras y en este caso se podrían decir que todo aquel que pisa el escenario en la obra esconde un duende que consigue que la función resulte impecable. La puesta en escena también ayuda ya que sitúa al espectador en el entorno concreto donde están teniendo lugar los acontecimientos. No hace falta dejar volar la imaginación porque los personajes facilitan el trabajo a los espectadores y les introducen en su infancia y adolescencia que está marcada por episodios que a todos nos pueden resultar familiares.
Se trata de una obra con importantes giros dramáticos que nos hace ver que es momento de abrir los ojos y disfrutar de este maravilloso mundo que nos rodea. Y es que muchas personas viven, o sobreviven, ancladas en un pasado que no va a volver, al menos tal y como fue vivido porque el tiempo es fugaz.
En esta función los sentimientos, lejos de hundirse, salen a flote y nos demuestran que las heridas del corazón nunca cicatrizan del todo. En ella se incide en que los vínculos familiares y amistosos perduran a pesar del paso de los años. Los buenos recuerdos y los momentos compartidos años atrás son la balsa a la que se agarran los personajes, a pesar de que sospechan que el hundimiento es inminente.
Desde que da comienzo la función, los espectadores ya se sumergen en una atmósfera peculiar. El desconcierto por lo que vendrá a continuación y una escena un tanto larga para mantener el suspense son las primeras bazas de este montaje. Después los personajes se van sucediendo, incluso cuando parece que ya están todos, que no falta ninguno más. Sin embargo, queda un papel que equilibre la balanza, que aporte cierta dosis de ironía a la vida, ya de por sí sarcástica, de estos viejos amigos. Su rol es cuanto menos sorprendente y original, rozando alguna de las estrafalarias personalidades que ha aportado Almodóvar al cine. Gracias a este participante en la escena, los problemas son menos, todos se ríen de sí mismos debido a su tono desenfadado, aunque algunas de las situaciones que genera se encuentran más cerca del llanto.
Esta obra es un canto a la vida, a huir de los prejuicios de una sociedad embutida en su propia melancolía. Habla de seres solitarios que vagan por el mundo en busca de una felicidad que hace años quedó atrás y que desconocen si volverán a recuperar. Están inmersos en un laberinto que no parece tener salida y ellos son solo espectadores de su propia desgracia.
Desde la niñez nos inculcan una forma de vida que quizás no sea la correcta, repleta de obligaciones, nos enseñan lo que se debe o no se debe hacer, aunque lo que no aprendemos es a ser felices. La búsqueda de uno mismo tiene que ver con encontrar esa sensación plena, que nunca es total, pero que al menos intentamos que se acerque a una satisfacción, a sentirse bien. Esta emoción no solo tiene que ver con lo que nos gusta, sino también con aquello que nos complete, aunque desde la mirada social no se aprecie con buenos ojos. Vivencias de niñez que pueden resultar ridículas en personas adultas, pero que, a veces, aportan todo lo necesario para recuperar una alegría que parecía extinguida, ahogada en la melancolía. Aunque no lo pensemos, disfrutar de los buenos momentos no se encuentra al alcance de cualquiera, en ocasiones pasamos por la vida, sin que ésta pase por nosotros y esa es, en parte, una de las denuncias que intenta transmitir esta representación.
“Siempre me resistí a que terminara el verano” estará en el cartel del madrileño Teatro Marquina hasta el próximo domingo 13 de diciembre. Aún hay tiempo para hacer un regalo de Navidad adelantado y dejarse llevar por unos sentimientos desbocados en los que la empatía será la nota dominante.
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