Una vida contada desde la entraña
Hay espectáculos teatrales que irrumpen como un conjuro. Chavela, la última chamana pertenece a esta categoría pues no se limita a contarnos la vida de la cantante mexicana, sino que convoca a una fuerza que sigue ardiendo incluso después de haber dejado la tierra. Y así, en la penumbra de una sala que se convierte en templo, es cuando los espectadores entendemos que aquella que se ganó el título de «la voz áspera de la ternura» no ha muerto: ha mutado. Hay biografías contadas con datos, con anécdotas, con fechas. Sin embargo, esta obra no elige ese camino. La dramaturgia prefiere lo emocional, lo visceral, porque lo que importa es el pulso interno de la intérprete de rancheras a la hora de hilar los episodios de su vida, los cuales, no se presentan como estaciones ordenadas, sino como oleadas de dolor y lucidez.
La función arranca con ese silencio que dice más que cualquier palabra. Y, entonces, se escucha esa voz de los fragmentos de una vida. Mientras tanto, en el espacio escénico no hay artificio ni ornamento gratuito. Todo ha sido reducido para que la iluminación recorte la figura de las cinco actrices protagonistas como si fuera un dibujo hecho con carbón. Sobre todo, la de Luisa Gavasa y su magistral interpretación corporal que se mueve con la pesadez y la libertad de quien ha cargado el mundo sobre los hombros y lo ha dejado caer cuando ha querido.
Por poneros en contexto, Isabel Vargas Lizano, la protagonista de esta función, nació el 17 de abril de 1919 en Costa Rica. Emigró a México siendo adolescente donde comenzó su trayectoria musical cantando en bares y cantinas. Allí desarrolló su estilo único, fuerte y desgarrado, que más tarde la convertiría en figura legendaria. Su apariencia tampoco pasó desapercibida pues vestía ropa masculina, fumaba puros y bebía tequila, desafiando las reglas de género de su época.
Precisamente el montaje no elude las etapas más oscuras de Chavela Vargas: el abandono familiar, la pobreza, el alcohol que se convirtió en compañero fiel o la sensación de soledad y de estar destinada a apagarse en un rincón de la historia. Pero incluso esta parte se maneja con una honestidad poética. El descenso no se explota como tragedia, sino como la antesala de una transformación. De hecho, la escena en la que Chavela toca fondo está construida con un respeto casi sagrado. No hay exhibicionismo ni dramatismo barato. Hay una quietud desgarradora.
Y en esa marea de emociones, Macorina o El último trago llegan como un golpe. Canciones que no funcionan como simples números musicales, sino como detonadores de memoria que avanzan la trama y que revelan capas de la vida de Chabela que yo personalmente desconocía.
Otro de los momentos más potentes de la obra se produce cuando la función aborda el deseo femenino de la cantante. Lejos de convertirlo en morbo o en discurso panfletario, lo trata como una pulsión vital, como una fuerza que la hacía avanzar incluso cuando la sociedad le cerraba puertas. De esta manera, el amor por Frida Kahlo se muestra como un romance con lo imposible y un recuerdo imborrable de su tiempo juntas viviendo en la Casa Azul (la casa donde nació vivió y murió la pintora).
Chabela falleció en México el 5 de agosto de 2012 a los 93 años. Lo más bonito de todo es que, hoy en día, ha encontrado un público nuevo, joven, apasionado, que hemos visto en ella un espíritu indomable tan bien resumido en el enlace de la función. Cuando la música estalla de nuevo con La llorona, pero con otra energía. Ya no es un grito de rebeldía, es una celebración de la supervivencia.
Al final del montaje comprenderéis el título pues la obra entiende a Chavela como un personaje mítico, una chamana moderna que transformaba el dolor en canto. Su forma de interpretar rancheras —sin mariachis y sin la necesidad de complacer al ritmo tradicional— es presentada como un acto de brujería emocional. Ella no cantaba para divertir, cantaba para sanar. Y lo hacía sin pedir permiso. Por eso en esta función Chavela no es una figura congelada en el mito; es un chispazo vivo, un pulso que late entre canciones en las que se resalta su vigencia como referente artístico y símbolo de libertad.
Por si os interesa, esta obra de Producciones Rokamboleskas tiene una duración aproximada de 1 hora y 40 minutos y actualmente se encuentra de gira. Las próximas actuaciones son el 22 de noviembre en el Teatro Municipal José María Rodero de Torrejón de Ardoz (Madrid), el 28 y 29 de noviembre en el Palacio de Festivales de Santander, del 4 al 7 de diciembre en el Teatre Coliseum de Barcelona y el 19 y 20 de diciembre en el Teatro Principal de Alicante. Algunas de las funciones contarán con la presencia de Rozalén y otras con las de Nita.
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