Amor, comedia, tragedia combinadas con la más explosiva acción del cine
“Hace falta ver más de cincuenta películas para encontrar una que te emocione”. La frase, pronunciada por Makima en Chainsaw Man: arco de Reze, funciona como declaración de principios tanto para el espectador como para otro de los personajes, Denji. Porque en el amor, en las películas y en cualquier aspecto de la vida es así como funciona todo. Eso es precisamente lo que busca esta adaptación cinematográfica: emocionar. Desde el pasado 23 de octubre esta cinta está revolucionando nuestros cines, una continuación directa de la serie de mismo nombre cuya adaptación cinematográfica ha comportado otro hito más, no solo para el manga y el anime. Sino para la propia cultura popular e historia del cine. Es lo que tiene este relato sobre la soledad, el amor imposible y la fragilidad de lo humano en un mundo de monstruos.
Han pasado tres años desde la primera temporada del anime, un fenómeno que rompió las barreras del género por su irreverencia, su sátira y su violencia catártica. El estudio de animación japonés MAPPA, en lugar de producir una segunda temporada, ha optado por llevar al cine uno de los arcos más celebrados del manga de Tatsuki Fujimoto: el de Reze, quien viene a poner a prueba el alma y el corazón de Denji. Lo que podría haber sido una simple extensión de la serie se convierte en una experiencia cinematográfica plena.
Fujimoto, creador de Chainsaw Man, Look Back y Goodbye, Eri, es uno de los autores mangakas más personales e innovadores de la actualidad. Su obsesión por el séptimo arte impregna cada plano de la película. Desde que era adolescente ganaba concursos de manga con obras completamente atravesadas por referencias fílmicas: El resplandor (1980), Reservoir dogs (1992), El gran Lebowski (1988) o La balada del soldado (1959). Esta última aparece incluso proyectada dentro del filme, en una secuencia en la que Denji y Makima asisten al cine y lloran. Ese nivel de metacine revela algo más profundo: Chainsaw Man no solo habla de monstruos y cazadores, sino también de espectadores y creadores, de cómo todo esto junto con el amor y tragedias personales, se retroalimentan en una historia aparentemente sencilla de matar monstruos.
El trabajo de Tatsuya Yoshihara al frente de la dirección es, sencillamente, magistral. Quien ya destacó por su energía visual en Black Clover o Bleach: La guerra sangrienta de los mil años, y fue el director de animación durante la primera temporada de la serie Chainsawman, entrega aquí una obra mucho más madura y emotiva. Su dirección combina el frenesí técnico del estudio MAPPA, con secuencias de acción vertiginosas, un uso milimétrico de la cámara subjetiva y un sentido del ritmo que prioriza las emociones por encima del espectáculo. Yoshihara entiende a la perfección el espíritu de Fujimoto: la brutalidad solo funciona si antes nos importa quién es el que sangra.
A nivel visual, es una lección de composición cinematográfica. MAPPA despliega un trabajo de animación híbrida que combina técnicas digitales y tradicionales con un nivel de textura casi táctil. Cada secuencia parece pensada como un frame painting, un fotograma que podría colgarse en una galería. Las escenas compuestas con fondos preciosistas se te quedan para siempre. La lluvia y el agua comunican tanto como el fuego y las explosiones, llenas de easter eggs donde aparece incluso Pochita referenciado, protegiendo desde el más allá a nuestro protagonista. El ritmo de la película tal vez se asemeje al de una comedia romántica. Construcción lenta para el amor, humor, y un ritmo pausado, pero romántico que hacen que cuando llegue la acción se sienta incluso más trepidante que en toda la primera temporada. Un ritmo original y fantásticamente elegido para una película así.
En el apartado musical, la película brilla con un equipo de auténtico lujo. La banda sonora corre a cargo de Kensuke Ushio, compositor de A Silent Voice y Devilman Crybaby, que aquí logra una partitura poderosa y melancólica. Su música no se limita a acompañar, sino que empuja y arrastra cada secuencia como una ola emocional. El tema principal, Iris Out, del cantautor Kenshi Yonezu , probablemente el artista más popular de Japón, funciona como leitmotiv de la película: un canto al amor condenado. Y qué decir del cierre con Jane Doe, el dueto inédito entre Yonezu y Hikaru Utada (sí, la voz de las míticas canciones de los openings del videojuego Kingdom Hearts). No puedo terminar de hablar de la música sin mencionar el escalofrío por la emoción triste que las teclas del piano me transmiten aún al escuchar el tema In the Pool de Ushio que ha provocado que se me quede clavada en mi retina para siempre esa escena tan bella y melancólica en la piscina. Una joya melódica que condensa todo el espíritu de la obra: fragilidad, deseo y pérdida.
Los guiños cinematográficos son un festín para el espectador atento. Hay una escena en la que un personaje replica, plano por plano, un momento de No es país para viejos. Esa mezcla de ultra violencia y precisión fílmica convierte cada secuencia en un collage de amor cinéfilo. Y, sin embargo, nunca se siente gratuita: la referencia siempre está al servicio de la emoción.
El resultado es una película profundamente japonesa y, al mismo tiempo, universal. Como sucedía en Evangelion o Akira, aquí el apocalipsis no es un espectáculo, sino una metáfora del vacío interior. Denji y Reze no son héroes ni villanos, sino dos criaturas que anhelan algo tan simple como un lugar al que pertenecer. Y ese anhelo es lo que transforma la sierra y la sangre en poesía visual.
En términos de recepción, esta película se ha convertido ya en un fenómeno internacional. Su estreno global ha superado los 139 millones de dólares en taquilla y la crítica la ha situado entre las mejores adaptaciones de anime de la década. En MyAnimeList roza el 9.2 de media, y medios como The Guardian o Espinof la han descrito como “una explosión de acción y tragedia que reconcilia al espectador con la esencia del anime”. No es una simple extensión del fenómeno Chainsaw Man. Es su consagración.
Adentrarse en el universo de Chainsawman, requiere venir con un cambio de mentalidad. Esto no es el clásico shonen a lo Dragon Ball, estamos hablando de un seinen (el género para jóvenes adultos), y hay que tener la mente abierta para entender lo que os vais a encontrar y darle una oportunidad. Me recordó la misma sensación que tuve al descubrir Gantz: esa mezcla de fascinación y desasosiego que surge al ver a un protagonista movido por impulsos básicos —comer, dormir, amar o tener sexo—que es arrojado sin aviso a un tablero de ajedrez, donde se convierten en simples peones movidos por unos crueles demiurgos en una batalla que nunca logras atisbar. En un juego cruel que hace a uno sentirse pequeño e insignificante. Chainsaw Man no busca respuestas sencillas; plantea preguntas incómodas: ¿Qué significa tener un corazón humano? ¿Es el dolor la prueba de que aún lo tenemos? ¿O es el amor lo que nos condena?
Lo que queda claro es que, en manos de Fujimoto y Yoshihara, el anime ha vuelto a demostrar su madurez como medio narrativo. La películano solo corta con su motosierra: también acaricia con ella. Y al final, cuando las luces se apagan y el zumbido cesa, lo único que queda es eso que tan pocas películas logran provocar hoy: un silencio absoluto… y un corazón latiendo. Una cinta que, más allá de una acción deslumbrante, sea esa que como a Makima y Denji en el cine, la que nos haga derramar una lágrima por la tragedia de los héroes. Más allá de la violencia estilizada o del despliegue técnico del estudio MAPPA, busca lo que rara vez se encuentra en una cinta de acción: un corazón.
Recomiendo a la gente que se quede en la butaca hasta el último segundo para poder disfrutar de una escena post créditos que tal vez nos arroje algo de luz y esperanza de cara a una futura segunda temporada.
2D Animator and Character Layout artist




