Un viaje en el tiempo
Nuria González, Chiqui Fernández, Mariola Fuentes, Esperanza Elipe y África Gozalbes se suben a las tablas del Teatro Marquina de Madrid para interpretar la primera versión femenina de «El florido pensil» en el vigésimo aniversario de su estreno. Se trata del regreso a las aulas franquistas de las protagonistas de esta historia, marcadas por el contexto histórico y sociopolítico. A través de estos personajes, las actrices nos sitúan en una época donde la mujer tenía un papel secundario y estaba relegada a las tareas del hogar y a las atenciones de su esposo. Hoy en día todavía quedan las cenizas de esta realidad que selló a toda una generación de mujeres. Si queréis adentraros en este viaje por el tiempo, tan sólo tenéis que llegar a la Calle de Prim.
La capital acoge la representación «El florido pensil (niñas)» veinte años después de su primer estreno. Ahora esta versión femenina, de Kike Díaz de Rada, tiene una nueva visión: la de las alumnas. Eso sí, el contexto es el mismo, regido por la educación de la escuela nacional católica. Un texto de Andrés Sopeña, dirigido por Fernando Bernués y Mireia Gabilondo, que promete ser una de las sorpresas del nuevo curso teatral.
La obra nos presenta a cinco muchachas sometidas al sistema educativo que dominó la España de la posguerra, donde se aprendía por las buenas… o por las malas. En aquella época, la escuela era el verdadero reflejo de la sociedad, dominada por la estructura del patriarcado, donde recibir un bofetón o un tirón de orejas era lo habitual. Así, todas aquellas mujeres que se salieran de esta rígida organización, y no respetaran las ordenanzas de sus padres o de sus maridos, solían ser consideradas compañías indecentes.
Cada una de las protagonistas representa un tipo de mujer de aquella época: por un lado, Vicky Galván, la ingenua chica de campo recién llegada a la ciudad a la que todo le viene grande; por otro, la niña de clase alta, Paloma Castels, proveniente de una familia acomodada de origen catalán. También se puede diferenciar a la hija de un exiliado político, Almudena Redondo, que mantiene una ideología de izquierdas. Por su parte, Lola Briones procede de una familia emigrante de origen andaluz. Por último, hay que ubicar a Anamari Aguirre cuyos padres regentan un supermercado en el barrio de Malasaña.
La obra recuerda a los espectadores que las mujeres de aquella época sufrieron en sus propias carnes la desigualdad de género y que quedaron relegadas a un papel secundario. Por así decirlo, su futuro estaba escrito y debía basarse en el matrimonio y en formar una familia. De hecho, había asignaturas en la escuela especialmente dedicadas a ellas como «Labores» u «Hogar» con el firme objetivo de industrializar la producción de amas de casa. Unas clases que servían para orientarlas en su misión de ser buenas madres y excelentes esposas.
Todo el contexto que les rodeaba parecía estar encaminado a estas labores que ya venían dadas desde la cuna, por la simple circunstancia de haber nacido hembra. Las propias mujeres adultas no ayudaban especialmente a modificar la transformación en la sociedad, basta con hojear “La mujer ideal” de Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio Primo de Rivera y fundadora de la Sección Femenina del partido Falange Española: “Si él siente la necesidad de dormir que sea así no le presiones o estimules la intimidad. Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer […]”.
Como es de suponer, la novela de Andrés Sopeña se adapta al lenguaje teatral para repasar con humor desde las tablas una (des) educación y unas tradiciones que todavía hoy recuerdan muchas mujeres. Sin ir más lejos, las propias actrices de la obra sufrieron en sus propias carnes, en mayor o menor medida, esta circunstancia que sigue sorprendiendo ahora que hemos tomado cierta distancia con la posguerra. Y es que cualquiera puede sentirse identificado con esta función, haya formado parte de esta época o no. Las actrices interpelan sobre todo a los espectadores más adultos, consiguiendo que buceen entre sus recuerdos y esbocen una sonrisa al conmemorar ciertos instantes que años atrás les causaron verdaderos estragos de cabeza. Sirvan de ejemplo los castigos del maestro con una regla.
Para las actrices, esta representación requiere más concentración que de costumbre pues cada una de ellas interpreta a más de un personaje en la función. Por tanto, se produce un juego de roles que va más allá del cambio de niña a adulta de las cinco protagonistas. Así, las intérpretes también se meten en la piel de una maestra, una inspectora de la Sección Femenina o una criada con ideas liberadoras. Llegan incluso a cambiar de sexo para presentarnos a Don Secundino, una figura más de aquellos tiempos. Se trata del típico cura que en esta obra lleva las historias a su terreno. Todo un guiño a aquellos sacerdotes de la Iglesia Católica que predicaban un camino de felicidad a través de la fe, cuando en realidad ellos mismos tenían otros pensamientos poco acordes a los que tanto predicaban.
La escenografía se convierte en una pieza fundamental en esta función, con una fotografía de Francisco Franco y otra de Primo de Rivera presidiendo en el escenario. Dos de las figuras más representativas de la España del siglo XX. Los recuerdos de las protagonistas de esta historia tienen lugar en las aulas, por lo que las tablas del Teatro Marquina se convierten en una improvisada clase, con su pizarra y sus característicos pupitres de madera.
En «El florido pensil (niñas)» no falta ni un detalle. Hay que destacar asimismo que el vestuario corre a cargo de Charo J. Grueso y que también sufre una transformación pues las protagonistas de esta obra tienen que regresar a la infancia. Para ello, aparecen caracterizadas con coletas y babis escolares. La representación también tiene muy en cuenta los tiempos que vivimos que, aun siendo mejores, se podrían renovar. Y es que las actrices no dejan pasar la oportunidad de ofrecer a los espectadores una mirada actual y cercana de problemas sociales que nos atañen a todos actualmente, como es la violencia de género. Con cierta ironía, las intérpretes dejan entrever que todavía tenemos muchos asuntos pendientes que resolver que son, en cierta medida, herencia de los hechos acaecidos antaño. Ahora sólo queda que «El florido pensil (niñas)», que se puede disfrutar hasta el 29 de octubre, tenga el éxito que se merece para que podamos, entre todos, seguir cambiando el mundo. Que las obras sirvan exclusivamente para reírnos de un pasado que fue peor.
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