La incoherencia del amor a golpe de ritmo
La cartelera madrileña nos hace disfrutar con el musical Lo nuestro estaba cantado, en el Nuevo Teatro Alcalá, hasta el 27 de abril. Una obra itinerante que también se ha subido a las tablas del Teatro Amaya. Esta historia (con ésta y La música ya van dos funciones seguidas que me adentro en una temática sobre divorcio, no sé si ya será algo personal y me querrá decir algo el destino) trata sobre el maravilloso mundo de qué hacer cuando nos hemos divorciado. ¿Y qué hacer, queridos? Pues mover las caderas con canciones pegadizas (todas a cargo de Ferrán González). ¡Así si dan ganas de firmar cualquier acuerdo de separación!Spoiler: la aventura suele acabar en beso por lo menos, así que no preocuparse. Ya veis, este título se presenta como un montaje fresco, divertido, donde se va a reír hasta el familiar más desaborido. Haced la prueba.
Es imposible poner una falta a las dos actuaciones de los divorciados, protagonizadas por Rocío Madrid (¿es necesario detallar su amplio currículum?) y por Jaume Casals (archiconocido en el mundo del teatro), que dan vida a Daniela y a Joel, un matrimonio que se encuentra en los juzgados para poner por escrito su actual situación. Ambos se muestran poliédricos, incombustibles, no solo en todos los registros de voces posibles, donde se lucen como quieren en múltiples tonalidades (cómica, de ensueño, más marchosa), sino también en sus actuaciones, porque el papel de matrimonio divorciado no es el único que hacen en esta obra (no es un spoiler, es un reclamo para que vayáis a verlos en su salsa más absoluta). Su repertorio vocal se entremezcla con el texto de la obra, el de Madrid se hila con el de Casals sin que se noten los remiendos entre prosa hablada y cantada. El montaje fluye porque los dos lo gozan, hasta cuando rompen la cuarta pared. Esto es así.
Ojo, que no solo son dos personajes, ¡sorpresa!, en el escenario aparecen más. Por un lado, tenemos a dos muñecas que animan el cotarro en un par de ocasiones, algo que me ha resultado un poco extraño, pero sí es verdad que funciona como un recurso transicional para que los dos actores se cambien. ¿Quién mueve las muñecas? Tranquilidad, que no es otra muñeca, pero no lo desvelaré. Además, Daniela y Joel se desdoblan para dar vida a otros dos personajes, y la caricaturización que hacen es de diez, la disociación interpretativa fascinaría hasta a ese familiar desaborido. La fea que de pronto se mete en el cuerpo de Madrid, y el chulo macarra que se apropia del de Casals. Por último, Carlos Latre se cuela al final con voz en off, interpretando a Dios, en un final en el que hasta Resines tiene su significado.

Pero ¡un momento!, que no he hablado del guion, del objetivo de este matrimonio que se encuentra en el despacho de abogados para firmar su acuerdo de divorcio y tratar temas como la custodia de su hijo. Y, es en ese encuentro, cuando rememoran momentos felices del pasado. Aunque, en verdad, el tema de la obra es lo de menos; hay veces que se ve desdibujado, un poco borroso, pero no creo que sea un detalle que empañe Lo nuestro estaba cantado. En absoluto. Aquí hemos venido a disfrutar, a bailar, a reírnos, a olvidarnos de que vivimos en una gran ciudad llena de polución y prisa. Y por esto también tenemos que dar gracias al autor de la obra, Ignasi Vidal, que se basó en el texto de El uno contra el otro. Además, la gran adaptación ha venido de la mano de Miguel Molina.
El vestuario de Madrid da mucho juego, es atrayente, luminoso, eclipsa el escenario ese rosa chicle al que puedes quedarte pegado durante la función y más allá. No obstante, sí creo que queda un poco descompensado con el vestuario de Casals, más de estar por casa: zapatos, pantalones y un polo. Pese a ello, los dos se compenetran a la perfección. Y eso se nota muchísimo.

El escenario es sobrio (un sofá, una mesa con un par de sillas…), la única nota de color desbordante es la de la actriz que se come todo el espacio con su sola presencia, como ya he comentado. Hay otro elemento que es el ascensor de los juzgados donde se quedan atrapados Daniela y Joel, y en su cautiverio recuerdan cómo fueron aquellos años de amor. La inverosimilitud viene de la mano de ese ascensor, donde hay un baúl para sentarse. ¿Un baúl en un ascensor? Sí, me ha faltado que plantearan mejor el espacio del ascensor. Por supuesto, cuando se hagan populares los ascensores para descansar las posaderas, reescribiré este párrafo, pero mientras tanto…
Si queréis ver color, buenas voces, y pasar una hora y veinte minutos de humor, id a ver este musical. Aprenderéis datos tan útiles como qué es la superfecundación heteroparental o qué incoherente es el amor cuando le da por unir a dos personas que, en apariencia, no tienen nada en común.
No hay panfletos de la obra, dato curioso. Por cierto, gracias a la acomodadora de la sala, que ha estado pendiente de encontrar la mejor manera de que el público se sintiera a gusto y dispusiera de buena visibilidad. Todo suma para pasar una gran tarde en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid.
Escritora, correctora y maquetadora. Asimismo, bloguera de La boca del libro.