Crítica: obra “Violencia afectiva suite”

Una introspección sobre nosotros mismos y nuestras relaciones sentimentales

¿Amar es destruir? Yo no lo creo, no si se tiene cuidado y la relación es sana. Pero la clave radica en captar las señales a tiempo para evitar que se torne en tóxica. “Violencia afectiva suite” es el trabajo que nos presentan Delfín Estévez y el Teatro del Corso. Su argumento nos traslada a un futuro distópico en el que, con la intención de realizar un experimento sociológico singular, apartan de la sociedad a un grupo de hombres y niños. Para ello se los llevan a una colonia en la luna donde esos pequeños crecerán solamente criados por padres y con el desconocimiento absoluto de la distinción de género, dado que las mujeres no existen en su mundo. Bajo este contexto, la prueba científica trata de comprobar si la violencia en la pareja está atada a las relaciones heterosexuales o si es algo intrínseco a la naturaleza humana. ¿Somos algo más que animales o nos controlan igualmente nuestros instintos básicos?

Con una puesta en escena intimista y un juego de luces evocador, esta historia se va desarrollando a dos bandas. En una se nos muestra la vida de dos hombres que viven en la colonia y la relación que nace entre ellos. Mientras, paralelamente, una de las artífices del experimento nos cuenta las conclusiones a las que se llegaron en una conferencia al que el espectador asiste. Se produce así un fenómeno curioso en el que se rompe la cuarta pared al interpelar directamente al público, pero sin hacerlo realmente porque lo que sucede es que éste entra dentro de la historia.

Nuestros protagonistas Marcos y Andrés se conocen un día cualquiera de una forma casual y enseguida nace la chispa entre ellos. Al principio, como en la mayoría de conexiones entre dos personas, las emociones que les embargan son todas positivas: alegría, amor, admiración…etc. Pero en un momento dado, sobre todo si la concepción de una relación no es la misma, poco a poco van apareciendo otras más negativas como la ira, celos, envidia o frustración.

Hay que tener en cuenta que parte de este giro es provocado por el experimento (experimento que, por cierto, muy a “El show de Truman” dejaremos para una próxima analizar cuan éticos son), dado que tanto Marcos como Andrés crecieron bombardeados de relatos románticos con relaciones monogámicas tradicionales. Por lo tanto, es de esperar que los dos o al menos uno de ellos desarrollase comportamientos típicos de las uniones clásicas, tantos los buenos como los no tan buenos, como asociar que mantener un noviazgo significa que esa persona es de tu propiedad.

Y cuando la posesión de personas entra en juego todo se enturbia y se ennegrece, llegando a sacar lo peor de nosotros y de los que están a nuestro alrededor. En ese momento las relaciones van cuesta abajo y sin frenos, si no se corta a tiempo.

Violencia afectiva suite” pone sobre la mesa un tema de mucha trascendencia, en el que a veces no reparamos lo suficiente en él hasta que ya es tarde para evitarlo. Debo resaltar de los tres intérpretes el uso magistral de la voz, no en vano algunos críticos del género consideran que gran parte de ser buen actor radica en el manejo de su dialéctica. La fluidez e ingeniosidad de los diálogos contribuyen a la fuerza de la narración de esta entretenida y profunda historia. Por último, y como no podía ser menos, acabo por el final reseñando el recurso que utilizan para cerrar la obra, muy bien llevado y original, dándole coherencia a todo el texto audiovisual.

Muy recomendable y entretenida para evadirte durante 90 minutos, pero sin poder evitar sentirte identificada/o en alguna ocasión con alguno de los personajes, e incluso con ambos, en diferentes momentos. Porque todos somos muy distintos y a la vez muy iguales, de lo contrario, no habría cabida para este tipo de experimentos.

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