Un tesoro del Studio Ghibli
Se han cumplido dos décadas del estreno de una de las joyas cinematográficas del Studio Ghibli. Y si bien “El castillo ambulante” es posterior a títulos tan populares como “La princesa Mononoke” o “El viaje de Chihiro”, lo cierto es que se trata de una de las películas de animación más queridas y mejor valoradas por los seguidores de Hayao Miyazaki quien, una vez más, imprimió en 2004 su estilo único al crear un universo lleno de creatividad con escenarios visualmente impresionantes. La película está disponible en el catálogo de Netflix, pero disfrutarla en pantalla grande estos días se antoja como uno de los grandes planes del verano porque nos permite enumerar las razones por las que está considerada como una obra maestra y, en suma, una experiencia fantástica.
El pasado mes de junio se lanzó en la gran pantalla “Nausicaä del Valle del Viento” para celebrar su 40º aniversario y ahora que he disfrutado en el cine de “El castillo ambulante” con una sala a rebosar de espectadores me he dado cuenta de que estamos muy hambrientos de este tipo de cuentos fantasiosos de Miyazaki. Para mí, las películas de animación de Disney son inigualables, pero lo cierto es que cada historia que crea este director japonés se siente especialmente madura y con una mayor escala de grises que los largometrajes realizados por la factoría estadounidense donde se establece más fácilmente quién es el bueno y quién el villano. En cambio, por ejemplo, en la película basada en la novela homónima de Diana Wynne Jones, la Bruja del Páramo experimenta su propia redención.
En “El castillo ambulante” se percibe claramente la postura en contra de la guerra de Miyazaki que viene arrastrando desde su infancia por sus recuerdos de los bombardeos nocturnos en Utsunomiya. No parece casual por tanto que Howl pueda volar o que los aeroplanos tengan una fuerte presencia en la película porque, además, su padre construía timones para los aviones de combate empleados durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero Miyazaki no solo muestra su cruda visión de la guerra y de los estragos que causa, sino que la historia también va principalmente del poder del amor, de la vejez y de la compasión. Diría incluso que tiene mensajes más profundos para que cada espectador pueda darles su propia lectura, por ejemplo, en relación con la maldición de Sophie que, si os fijáis atentamente, se va resquebrajando según toma ciertas decisiones. Lo que está claro es que “El castillo ambulante” hospeda unas cuantas metáforas así que a nadie le sorprenderá que el castillo (bravo por su diseño) se mueva tanto como el mago Howl.
Ha llovido mucho desde el estreno de “El castillo ambulante” en 2004, pero la verdad es que la animación resulta excepcional, de diez, con paisajes mega coloridos, tan detallados y llenos de vida que parece que hasta los personajes secundarios también tienen su propia historia contada. Desde luego hay que darle una palmada en la espalda a Miyazaki porque recordemos que ha apostado por la animación tradicional con el ojo del público solicitando más 3D (producciones que, sin ir más lejos, en Disney han seguido este camino desde “Chicken Little” en 2005).
Todavía estáis a tiempo de ver en la gran pantalla «El castillo ambulante» y dejaros hipnotizar por su magia y fantasía. Tanto niños como adultos porque mientras que a los pequeños les embelesará Calcifer, el demonio del fuego, los más maduros percibiréis la crítica social inherente. Aunque, a mi juicio, lo más interesante es apreciar el impacto cultural de “El castillo ambulante” y la huella tan significativa que ha dejado en el cine de animación.
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