Desde Atocha con amor
En una de sus canciones Quique González dice: “Algo tendrían que contar las estaciones (…) ¿Quedó algo de nosotros en esos lugares?”. Este tipo de construcciones reciben miles de viajeros a diario, subidas y bajadas de trenes que guardan en su interior innumerables historias, propias y ajenas. La Estación de Atocha es uno de los puntos ferroviarios más importantes del país, su día a día acoge muchas vidas. Algunas se conocen entre sí, pero puede que no se lleguen a ver. Otras se cruzan sin llegar a intercambiar palabra. Se trata de una testigo silenciosa de reencuentros, despedidas, alegrías y tragedias. Los lugares callan y hablan a la vez, con el sonido sordo de las emociones. Solo hay que detenerse un momento y sentir aquello que transmiten. Que nos transmiten.
El origen de este emblemático lugar de la capital se remonta a febrero de 1851, cuando se inauguró con el nombre de Estación de Mediodía. Se trataba de la primera terminal de tren de Madrid y unía la capital con Aranjuez. La expectación era máxima y la Reina Isabel II fue la encargada de probar esta nueva línea ferroviaria. Sin embargo, pocos años después, en 1864, un incendio acabó con esta vía de salidas y entradas. No se reinauguraría hasta diciembre de 1892, cuando se asentó como uno de los enclaves de transporte fundamentales a nivel nacional. Desde entonces, se ha ido ampliando con diversas remodelaciones hasta convertirse en el gran complejo que es hoy en día, donde se reúnen tanto trenes de cercanías como de media y larga distancia, AVE y la línea 1 de metro.
No se puede dejar de mencionar el terrible atentado que sufrió esta estación, junto con la de El Pozo y Santa Eugenia, en 2004, cuando cuatro trenes explotaron llevándose por delante la vida de ciento noventa y dos personas y miles de afectados por esta tragedia. Para no olvidar este despreciable suceso, ni a sus víctimas, enfrente del edificio de Atocha se puede encontrar un monumento conmemorativo. Sin embargo, estos horribles sucesos se mantendrán en la memoria y el corazón de los ciudadanos durante generaciones.
A pesar de esto, la mayoría de las veces, las vías que recorren esta estación no solo traen trenes, también ilusión y esperanza. La misma que siente un padre cuando se va a reencontrar con un hijo del que la distancia, las malas condiciones laborales o el orgullo le ha separado durante mucho tiempo. Esa magia del primer encuentro de dos jóvenes que con los años se les ve pasar una y otra vez cogiendo la mano, primero a sus hijos, y después a sus nietos. Historias, vidas cruzadas que a menudo se encuentran en un mismo lugar, pero que pasan desapercibidas a nuestros veloces ojos. Sin embargo, para apreciar las emociones que se respiran en este rincón de Madrid, solo es necesario detenerse unos momentos, a la salida de alguna de las líneas, y escuchar la música que cada uno de los viajeros lleva dentro. Basta con observar silenciosamente cómo se encuentran con sus seres queridos para volver a confiar en la humanidad que, aunque en ocasiones no lo parezca, desprende el mundo.
La Estación de Atocha ha sido testigo de la pasión de la felicidad y del dolor de la tragedia, aunque lo que más destaca por encima de todo es la emoción, en cualquiera de sus formas. Idas y venidas se unen para aflorar sensaciones que solo se consiguen cuando una situación llena el corazón de verdad. Hay fechas en las que estos momentos se producen de forma más habitual, sin embargo, todos los días son buenos para dar un paso al frente y acudir a la llamada de los sentimientos.
Periodista especializada en comunicación, cultura y gastronomía.