A nuestro lado
Nos acompañan en nuestros viajes imaginarios. Nos acogen en su interior para transportarnos a mundos irreales sin movernos del sitio. Nos acomodan en sus mullidos soportes. Nos dan calor durante los meses invernales. Nos ayudan a descansar hasta que suena el despertador por las mañanas. El papel de nuestras camas no es reconocido a pesar de que en ningún momento se separan de nuestro lado. Siempre las tenemos a nuestro alcance. Están ahí cuando queremos relajarnos, pero también cuando buscamos reflexionar o simplemente pensar en algo que nos preocupa. No tienen voz, pero si cada una de ellas pudiera hacer un balance de lo vivido al lado de una persona, nos encontraríamos con historias de todo tipo, donde las camas tienen un papel excepcional en la existencia de los seres humanos.
Se acabó eso de dormir a ras de suelo. Por un momento, nuestro imaginario colectivo se debe trasladar a Egipto, donde empezaron a dar forma a las camas. Lo cierto es que aquellos bastidores rectangulares, generalmente de madera, nada tienen que ver con las camas modernas que incorporan todo tipo de funcionalidades. Y es que la evolución de este mueble ha sido continua hasta llegar a nuestros días. De hecho, en la época de los romanos, los colchones estaban rellenos de materiales naturales como la paja, hasta que posteriormente se empezó a añadir lana y, más adelante, plumas.
En la actualidad, la cama es considerada como uno de los elementos del mobiliario de mayor importancia cuya función principal es cumplir una de las necesidades básicas de las personas. Pero no sólo eso: tiene un valor simbólico que se escapa a su antojo. Y es que las camas están ahí, presentes, desde que tenemos uso de razón. ¿Quién no recuerda el paso a una cama de las denominadas “de mayores”? Seguro que ese momento debió de ser trágico. Se repite el ritual con cada niño. Se pasan toda la noche llorando y gritando “mamá, mamá” al son de las manecillas del reloj que ya han conseguido desvelar a los progenitores para lo que resta de madrugada. Y ahí están las camas, intentando en vano que los más pequeños de la casa descansen. Por norma general, los niños están muy nerviosos y tienen miedo por si debajo de ese nuevo lugar se encuentran con un temido monstruo. Afortunadamente, acostumbrarlos es cuestión de días. El sueño hace el resto. Cada noche, los niños y no tan niños, nos quedamos un rato mirando al techo e intentando buscar luz en la oscuridad, pero finalmente nuestros ojos se cierran y nuestros cuerpos se expanden por toda la superficie campando a sus anchas.
Las camas de un hogar son las que guardan más historias, las cuáles, están compiladas bajo los muros de los cimientos de edificios que, poco a poco, van resquebrajándose y mostrando el paso del tiempo a través de grietas, a veces invisibles al ojo humano. Si tuvieran vida propia, cada día y cada noche continuaría siendo especial para cada una de las camas. La vida útil de todas ellas es la vida de su acompañante, de su protagonista. Muchas amparan las necesidades de personas desde hace décadas. Desde pequeñas, y hasta ahora, hay camas que han sido partícipes de crecimientos, no sólo de altura, sino de profundas transformaciones que configuran el desarrollo de nuestra especie. Quizás esto sea lo más bonito. Sin darse cuenta hay quien ha compartido sus emociones, tanto positivas como negativas, y ha hecho partícipe de variados sentimientos a sus camas. En ellas, los sueños, poco a poco se han ido cumpliendo, y han dejado de ser fruto de nuestra imaginación para convertirse en reales. Qué bonito debe ser estar en cada uno de los momentos especiales de una vida. Me gusta pensar en la idea de que alguien necesite su cama para dormir, pero también para llorar si ha tenido un mal día. Me gusta creer que las camas nos dan cobijo y notan que, aunque sean consideradas objetos, representan un valor añadido en nuestra existencia vital.
Hay camas que tienen la suerte de ser testigos directos de citas, de romances que posiblemente no acabarán en boda, pero cuya pasión deja huella y humedece los colchones. Decía el maestro Gabriel García Márquez, que “ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía” y desafortunadamente muchas presencian la dantesca escena del abandono de sus protagonistas. Hay quien se va para no volver, y su cama, seguramente al azar, será ocupada por otra historia. Las más tristes, sin duda, tienen cabida en los entornos hospitalarios, donde se mezcla la esperanza con la fe, pero donde también podemos oler el miedo a la muerte y el arraigo precisamente de la cama. En los tiempos que corren, todavía nos encontramos con que España se encuentra a la cola de países que poseen el menor número de camas en los centros clínicos de la sanidad pública. Obviamente, aquí no nos encontramos con aquellas que utilizamos para leer, para estudiar o simplemente para que los más pequeños jueguen, en este sentido, las camas son realmente necesarias. No se puede omitir esta precariedad ni mirar hacia otro lado cuando las camas se precisan para reposar en periodos de enfermedad.
Hay camas para todo y para todos. Para los que están cansados eternamente, para los que son obligados a no salir en una buena temporada de ellas. Para los que nos las quieren ver ni en pintura. Las hay que cuentan una historia, las hay que forman parte de la propia Historia porque han sido cuna de la alta nobleza o han formado parte de un suceso que pasará a la posterioridad. Las hay que representan un hogar, que son la esencia de un lugar donde se respira felicidad, aunque también encontramos algunas que se han utilizado para representar la violencia en sus diversas modalidades. Las hay de muchos tipos y dudo que se extingan con el paso de los años. Las camas están presentes socialmente y siempre permanecerán en la memoria colectiva incluso de los más rezagados y de los que las utilizan para hacer el mal. Llegará un día en que las guerras, únicamente serán de almohadas, y donde el amor se manifestará de forma más prolongada entre sábanas bajeras, mantas y colchas.
Hay quien próximamente sufrirá un cambio de colchón, los años no pasan en balde para nada ni para nadie. Hay quien ya cuenta con períodos de experiencia y esto permite plantear las funciones de nuevo. Los protagonistas siempre acaban independizándose o abandonándose, dejando fría una cama que quiere servir a más personas, ser parte de sus vivencias, aunque a la sombra siempre. Hay que ser discreta. Al fin y al cabo, una cama es la mayor confidente de un ser humano, aunque no lo sepa apreciar.
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